¿Cómo empezar un cuento como el que me he propuesto escribir?, ¿cómo darle forma a un sueño, a una idea que se ha clavado en mi cerebro desde hace muchos días, pero que me parece oscura e inextricable?
Me levanté colgado del recuerdo de mis fracasos anteriores, y no es que no se me ocurran buenas ideas, sólo que al ejecutarlas me falta la pasión, esa que extravié hace tiempo.
Hoy, que decidí vivir de las limosnas ajenas todo será diferente, las miradas de conmiseración del prójimo rebotarán en mi espalda, el tono de burla de las palabras necias de los demás no encajará en la sinfonía de mi nueva vida, de mi nuevo mundo.
Mi primer poema fue mímico, no le puse letra, sólo miré a la conductora del vehículo y le lancé unos gemidos rimados, le solté un llanto decimonónico, le recité unas lágrimas de amor.
Me dio unas cuantas monedas, lo que significó mi primera ganancia, me sentí feliz, aunque el mismo sentimiento se habría apoderado de mí en caso de sólo recibir una mueca de molestia, o el reproche de quien me creerá un loco.
Seguí recitando mis poesías a los choferes de unos autos enfadados de rodar por las calles de las desgracias: “Tengo el corazón navegando en un amor incomprendido, sé que no moriré por él porque mi barco lleva la dirección correcta, los cantos de las sirenas lo guían a buen puerto”.
Sé que esa mujer temprano o tarde caerá rendida a mis pies para darme su perdón”. Estiré la mano, pero esta vez no recibí nada. Fracasé como poeta callejero, también como amante, así que decidí volverme delincuente, y conseguí un arma para después lanzarme al disputado centro de operaciones de la mafia.
Ahí empezó todo, le saqué ideas a un niño de la calle para construir un sueño, despedacé la mente de una joven y acabé con las neuronas de un hombre desorientado en el tiempo y en el espacio.
Esto es un asalto en nombre del hambre, deme todas las ideas que se le ocurran, le dije a un pordiosero que trataba de ser mejor que yo. No tengo ideas, sólo acciones, yo no le temo a la vida porque la muerte me infunde el coraje, creo en nadie porque Dios duerme todo el tiempo, vivo porque estoy aquí, soy feliz porque no puedo estar triste, no me enfurezco porque parecería ridículo, no lloro porque prefiero reír.
Después de entregarme todas sus ideas se fue este miserable que no tiene una ignorancia en que caerse muerto. Asalté a varios sujetos más, a dos venerables ancianas, a algunos imberbes y hasta a un homosexual, a todos les vacíe el bolso de su cerebro.
Al hacer el recuento del botín, me di cuenta que me alcanzaría para vivir algunos años, por lo que decidí dejar de trabajar. Fui sacando cada una de las ideas que había robado para darle un sentido a mi existencia y no tuve reparos en avanzar hacia un futuro promisorio.
Tras pasar unos años cómodamente instalado en ese castillo del pensamiento, tuve que volver a las andadas y buscar algunas cuantas ideas más que financiaran un poco de vida extra.
Así, volví a limpiar mi arma y me lancé de nuevo a las calles en busca de víctimas a las que les exprimí el cerebro para llevarme ahora un botín mayor.
Ya con las ideas a buen resguardo, me retiré a un rincón y dejé de respirar, para no contaminar el paraíso, así se acabó la historia, mi vida, sin mayor trascendencia, sin nada más que decir.