.- Seguía creciendo nuestro Puerto Las Peñas, de tal manera que comenzaron a llegar una serie de personas provenientes de otros lugares del mundo, como los japoneses que se dieron cuenta de la gran cantidad de perlas que existían en bancos de la bahía de Banderas.
Llegaron provistos de escafandras y con conocimientos en el buceo y la técnica para su explotación, su mercado se dio a principios de 1880, sobre todo de exportación en el extranjero donde se cotizaba muy bien.
La población era de aproximadamente 1,500 personas por aquellos tiempos; por iniciativa de Doña Isabel Padilla, un grupo conformado por dos señoras y 14 hombres custodiándolas, salieron rumbo a San Sebastián con la finalidad de solicitar la presencia de un sacerdote, ya que la comunidad era católica y necesitaban de los servicios como, misas, bautismos y sobre todo catequesis.
El jacalón para la improvisada iglesia comenzó a elevarse con la finalidad de tener un hogar en donde orar, y se hizo el milagro el 27 de marzo de 1883, cuando llega al Puerto de las Peñas de Santa María de Guadalupe el sacerdote Don Sabino Viruete, a quien con grandes demostraciones de júbilo y quema de pólvora se le recibió.
Les prometió que al día siguiente comenzaría con los bautismos, inmediatamente procedió a confesar. Mientras tanto, algunos hombres levantaban el altar con vigas y mesas, y las mujeres la adornaban con telas de seda.
Doña Ambrosia Carrillo, esposa de Don Guadalupe Sánchez, colocó en medio su Guadalupana, entre repujados de color azul, listos para esperar la misa de 6 de la mañana que con tanta ilusión esperaban.
Siguiendo con este relato, se dice que el sacerdote estuvo confesando hasta las 3 de la mañana, el pueblo descansaba plácidamente esperando la hora de la misa, de pronto, se escuchó un espantoso estruendo que puso en movimiento a la población, solo la escasa luz del alba les permitió ver que se alzaba una gran polvareda en dirección del templo.
Corrieron y vieron salir de los escombros al sacerdote, pues se había caído el techo del jacalón, causándole ligeros golpes. Así es que la primera misa se llevó a cabo bajo el techo de grandísimas palmeras iconos en la actualidad.
No cabe la menor duda que siempre hemos sido hospitalarios, se comenta que el momento de la celebración de la misa, los pobladores se dieron cuenta de que entre los pobladores se encontraban 70 personas desconocidas, desde luego trataron de conquistarlos, pero como no entendían la manera de hablar, se quedaron mirándolos muy extrañados.
El padre, aunque mal por su lenguaje, fue el intérprete, y se le hacían muy curiosas preguntas de su indumentaria. Después de la misa ofrecieron un desayuno, las mesas arregladas con flores silvestres y todos convivieron al grado de que invitaron a los aborígenes a formar parte de la comunidad, sin embargo, por la noche huyeron sin hacer ruido.
A raíz de la presencia del sacerdote católico, había fiestas todos los días, pues los bautizos abundaban, una de las hijas del fundador de esta tierra sacrosanta, María Adelaida fue bautizada.
El 15 de abril de este mismo año, el padre Don Sabino con grande y emotiva ceremonia, colocó la primera piedra del templo en medio de la falda del cerro, protector contra el viento en el lugar más precioso.
Ahí se yergue en la actualidad la parroquia, sus cimientos guardan con emoción y orgullo, el trabajo de los vallartenses que hoy en día muestran al mundo su icono coronado por el esfuerzo de sacerdotes y laicos comprometidos con su fe.
En fin, que hermosa es la historia de nuestro amado Puerto Vallarta Jalisco, su gente noble y con un gran espíritu de cordialidad.