- El perro esperó a su dueño por una década en la estación de trenes, después de que éste falleciera inesperadamente. La historia de Hachiko recorrió el mundo y ha inspirado y hecho llorar a muchas generaciones.
Nicole Iporre.- Que levante la mano la persona que no lloró viendo la película de Hachiko. Y es que probablemente a todos se nos rompió el corazón cuando vimos cómo la lealtad y amor del perro hacia su humano trascendió hasta incluso después de la muerte, y lo esperó pacientemente en la estación de trenes por años.
El cine ha replicado la historia de Hachi en varias películas: hay versiones chinas, japonesas y, la más conocida en nuestro continente, Siempre a tu lado, que protagonizó Richard Gere en 2009. Todas, en su parte del mundo, fueron un éxito en taquilla.
Y, aunque cueste creerlo, se trata de una historia real que sucedió en Japón: el perro akita inu, de color blanco-crema, nació hace casi 100 años y está siendo homenajeado de distintas formas.
Hay una estatua suya de bronce en la estación de Shibuya, en Tokio, donde esperó a su dueño por una década, y en los colegios japoneses se enseña la historia de Chuken Hachiko (el leal perro Hachiko), como ejemplo de devoción y felicidad.
La historia de Hachiko, el perro leal
Hachiko, el perro, nació en noviembre de 1923, en la ciudad de Odate, en la prefectura de Akita. Este lugar es el hogar original de la raza de los perros akitas, unas mascotas de gran tamaño que son las más antiguas y populares del país. De hecho, el gobierno japonés tomó a los akita como ícono nacional en 1931.
“Los perros akita son tranquilos, sinceros, inteligentes y valientes. También obedientes con sus amos. Además tienen una personalidad obstinada y desconfían de cualquiera que no sea su dueño”, aseguró Eietsu Sakuraba, autor de un libro infantil en inglés sobre Hachiko, a BBC.
Justo el año que Hachiko nació, Hidesaburo Ueno —un reconocido profesor de agricultura y amante de los perros— le pidió a un estudiante que le ayudara a buscar un cachorro akita. Así fue como Hachiko llegó a las manos del profesor, el 15 de enero de 1924.
Pero, como el cachorro había viajado en tren por largas horas, al principio pensaron que estaba muerto. Según data la profesora Mayumi Itoh —quien escribió la biografía de Hachiko— Ueno y su esposa Yae cuidaron al perro hasta que fue recuperando su salud en los siguientes seis meses.
El profesor lo bautizó como Haci (ocho en japonés), y el sufijo Ko, en homenaje a sus estudiantes.
Una vez recuperada su salud, el cachorro se unió a los otros dos perros del profesor, que lo acompañaban a tomar el tren para ir al trabajo y se quedaban allí, hasta que regresara por la noche.
No obstante, el 21 de mayo de 1925, Ueno (quien tenía 53 años en ese entonces) falleció de una hemorragia cerebral.
“Mientras la gente asistía al velatorio, Hachi olió a su dueño desde la casa y entró en la sala de estar. Se arrastró debajo del ataúd y se negó a moverse”, escribió la profesora Itoh.
Desde la muerte del profesor, el cachorro pasó los siguientes meses con distintas familias lejos de donde vivía con el profesor, no obstante, en el verano de 1925, terminó con el jardinero de Ueno: Kobayashi Kikusaburo.
Como terminó en la misma zona donde vivía su difunto humano, Hachi comenzó a viajar a diario a la estación, sin importar si había un intenso sol o llovía a mares.
“Por la noche, Hachi se paraba en la puerta de entrada y miraba a cada pasajero como si estuviera buscando a alguien”, relató Itoh. Esto incomodó a algunos empleados de la estación: los vendedores comenzaron a arrojarle agua y los niños pequeños lo golpeaban, pero el can se mantuvo firme.
Aunque todo cambió para Hachi cuando el diario japonés Tokyo Asahi Shimbun escribió sobre él y su gran hazaña en octubre de 1932: comenzó a ganar atención nacional y la estación empezó a recibir donaciones de comida para el perro, mientras que los turistas llegaban de todas partes para verlo.
Incluso, las personas escribieron poemas sobre él.
La muerte de Hachiko
El 8 de marzo de 1935, las portadas de muchos periódicos japoneses lloraron la partida de Hachiko. Incluso, le celebraron un funeral, donde monjes budistas oraron por él, mientras que autoridades y dignatarios leyeron elogios sobre su corta pero gran vida.
Miles de personas visitaron su estatua después de la noticia, lo que, en términos económicos, ayudó mucho a Japón, ya que el país se había empobrecido en la guerra.
Algunos de sus restos fueron enterrados junto al profesor Ueno.
“En retrospectiva, creo que él sabía que Ueno no volvería, pero siguió esperando. Hachiko nos enseñó el valor de mantener la fe en alguien”, escribió Takeshi Okamoto en un artículo periodístico en 1982.
De esta manera, cada 8 de abril se lleva a cabo un homenaje a Hachiko fuera de la estación de Shibuya. Además, su estatua se decora según la festividad: en invierno, con bufandas y gorros de Papá Noel y, en pandemia, con una mascarilla. www.latercera.com